domingo, 24 de agosto de 2014

La danza de la realidad / Alejandro jodorowsky

La iniciación: sobre los maderos del desierto y el dinero, o preferiríamos decirlo ¿Simplemente encierro? Jodorowsky, parte desde la perspectiva del manifiesto, del verbo y el discurso proliferando con un aliento mercantil, el dinero como una especie de rigurosidad en movimiento. Si se estanca muere, si te estancas mueres. Pero el dinero, señor Jodorowsky, no puede alimentar nuestras ojos vacíos, no puede saciar nuestra necesidad de incendiar el mundo. No importa. No olvidemos que todo acto es simbólico, y en especial todas las secuencias que nos entrega este director chileno, una especie de enigmático juego de símbolos que le sirven para terminar con las sombras colosales de su infancia.

La lepra como símbolo de muerte y marginalidad, el ritual y la esperanza en coordinación con los astros y de la noche, de las heridas, las cicatrices, el destierro. Solo en la muerte se halla la verdadera riqueza. Pero el miedo, siempre es un lastre. Todos los animales se han perfeccionado en perseguir y exterminar esta plaga de instinto mediocre humano, el miedo. Los filisteos y demás desertores han encendido todas las hogueras. Los judíos y su irremediable voz apagada guardan en secreto todos las claves de la kabala. 

Retar el mar es otra de las variantes del instinto humano, mirar frente a frente a todas las catástrofes. Despertar, implorar, aclamar. Una sola piedra puede hacernos naufragar. Pero recordemos que todo es simbólicos, Freud estaría atento a cada uno de los intentos de no atreverse a asumir marica. Un Jodorowsky niño con la inseguridad de su sexualidad, un padre heredero de los crímenes estalinistas. Un niño perdido, las ideologías no alimentan el espíritu, las contaminan, las hacen grises, hacen perder nuestra seguridad e ingenuidad. Y siempre nos vemos crucificados, entre la violencia de las aves o el temblor de los peces. Siempre crucificados. Crucificados y amándonos de forma irremediable, amándonos con o sin temor, amándonos, crucificados y amando que es lo que más importa. 

Somos amantes, hijos y padres de nuestras madres. Los complejos edípicos, son siempre una forma de despedirnos de toda nuestra infancia. 

Hombres con muñones, desesperados sin ninguna carretera construida para sus destinos. Ellos igual retan toda religión, quieren más pólvora y miseria sobre sus espaldas, sobre los homúnculos que lucen desesperados entre sus axilas y pechos convulsionados de tanta injuria, son los hijos de Dios, de todos los dioses. Los que aún quieren ver, de forma triste e irremediable,quieren correr, pero solo les alcanza para rogar miseria y gatear sobre la sombra del mundo. 

El inquisidor siempre es el lado paterno de la historia, el que demuestra que la muerte solo es espanto y desolación, una señora vieja canosa y delgada, anémica enfermiza con olor a mierda. Mucha mierda. Si no, recordemos a Jaime, el padre de Alejandro, forzando a asumir, que la muerte no existe, no importa el territorio por el que aún transita su hijo, la infancia. Él es el padre el neuvo dios que debe obedecer, ellos no existen, solo yo, solo tu padre,solo Dios, parece escucharse del eco fétido de su boca. Después de la muerte, uno solo halla putrefacción, olvido y lástima, por eso no existe. No debemos entregarnos a ideas que nos hagan padecer más de lo que en vida lo hicimos. Es un padre honesto, pero vulgar, no respeta la geometría de la inocencia, los ángulos y números de la infancia que nos hacen creer en estrellas y no en ángeles, en árboles y no en ruinas, en aves y no en pólvora. 

Una madre solo reconoce al hijo por sus cabellos, por el olor transgénero de su personalidad. Aún no poseen el derecho de ser sexo. Los niños irremediablemente, extintos en el esplendor de la época se niegan a asumir un rol sexual en esta sociedad. El sistema, termina asumiéndose noche y lo abarca todo. Recordemos al niño Alejandro, cuando se anticipa e intuye que la oscuridad se lo está tragando todo, absolutamente todo, pero esa noche viene en la imagen de su madre. Dueña de su destino, dueña de la miseria y gloria de sus pecados, dueña del ejército de todos los miedos y miserias del espíritu. 


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